Iris Miranda practica el grabado, y su particular relación con este arte proviene sin duda de la fascinación que sintió desde niña ante los contrastes y minuciosos detalles de las placas anatómicas de los antiguos grabadores.
Ve en estos cuerpos abiertos, en estos florecimientos de órganos, el despliegue estético de una interioridad subjetiva, la encarnación tanto del dolor como del placer de vivir.
Desde entonces, sus herramientas de arar madera o metal han generado un material gráfico sensible y orgánico, crudo y delicado, que busca incansablemente captar las agitaciones del deseo, íntimo, universal y misterioso.